«La Palabra es fuente de vida que debe ser escuchada, acogida... nunca utilizada -afirma uno de los monjes-. La Palabra tiene vida propia en el Espíritu de Dios que es quien la ofrece al hombre para hacerle llegar «la salvación de Dios», «la Luz que viene de lo Alto», como afirma Zacarías (Lc 1, 78).

Por ello «debemos guardarla con amor -añade otro de los monjes-, mascullarla con los labios y en el corazón para que sea como la lluvia que empapa la tierra de nuestro corazón (Is 55, 10-11) y produzca «pan que será pingüe y sustancioso» (Is 30, 23). Porque la Palabra de Dios es Palabrade Dios más allá de cualquier sentimiento, de cualquier experiencia particular. La Palabra de Dios es el alimento para la Vida».

Cuando observas su vida y les ves mascullar «la oración de Jesús» entiendes muchos de los rasgos que caracterizan su vida: contemplar la Palabra de Dios cada día en la soledad, dejar que el Sol mas grande que el sol -como dicen los cristianos de Oriente- irradie sus rayos sobre su corazón para -luego- irradiarlo a los demás. «Necesitamos cada día - afirma una de sus monjas- el encuentro con la Palabra de Dios y descubrir que El nos atrae hacia si a través de la Palabra y de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas».

Los primeros monjes y los monjes del Oriente cristiano lo expresan con pocas palabras: «Solos con el Solo»